El cuadro Kelta destaca por sus siluetas abstractas y el contraste entre la pintura y el lienzo, evocando la apariencia de objetos a contraluz. Su textura añade profundidad, mientras que las pinceladas irregulares, aplicadas a mano, aportan un carácter único a cada pieza. La pintura se aplica directamente sobre el lienzo, generando una composición dinámica y con relieve visible.